LAS CRISIS CAUSAN OPORTUNIDADES


Corina Dávalos (PhD Filosofía. Coach de Liderazgo y Discurso Público)

En estos momentos podríamos enriquecer el refranero y añadir otra versión del conocido “mal de muchos, consuelo de tontos”. Más adecuado a los tiempos que corren sería: “Mal de muchos, consuelo de todos”. Me pongo delante de un mapa del mundo y da igual a donde mire, todos estamos sufriendo lo mismo, si bien, unos más que otros. 

El problema general con el que lidian todos los países desarrollados y emergentes son dos: la economía cayendo en barrena y la curva de contagios subiendo en teleférico. Según la OIT, hasta el segundo semestre de 2020, se perderán 305 millones de puestos de trabajo en el mundo, debido a quiebras y recortes tanto en el sector público como privado. La crisis afecta a empresas grandes, medianas y pequeñas. También afecta al sector público que ve afectada su recaudación fiscal y debe incurrir en gastos extraordinarios para combatir la pandemia.  

Por otra parte, los organismos internacionales prevén una recesión que oscila entre una media de 3% para países desarrollados, según el FMI, y el 5.2% para América Latina, según el Banco Mundial. A estas proyecciones habría que añadir la incertidumbre generalizada debido a la naturaleza misma de la pandemia. La comunidad científica se enfrenta a un virus nuevo. La investigación tarda mucho tiempo conseguir resultados definitivos. Los protocolos para obtener fármacos o vacunas seguras están estandarizados y ninguno toma un tiempo menor a un año. Hasta aquí, las malas noticias. Que ni son todas y, quizá, tampoco son las más relevantes, si lo vemos en perspectiva y con visión. 

En otros momentos de crisis, las oportunidades han surgido justamente, a causa de las crisis, incluso sin buscarlas. Por ejemplo, en Estados Unidos, la entrada masiva de la mujer al mundo laboral no se produjo por reivindicaciones feministas o por un plan preestablecido de gobiernos o empresas. Sucedió porque no había hombres. La mayor parte de la fuerza laboral americana estaba en la guerra y alguien debía sustituirla. Después de la guerra, este reemplazo por emergencia, pasó a ser parte del nuevo panorama laboral en Estados Unidos. Esto supuso un cambio positivo, no sólo para las mujeres, sino para la sociedad en general y seguimos en ese proceso de cambio que se originó a mediados del siglo pasado a causa de la II Guerra Mundial. 

En Ecuador, la crisis por la pandemia ha desencadenado una cantidad de iniciativas de la sociedad civil y de buenos ciudadanos que, ante los casos de corrupción que se han destapado, se están movilizando para atacar la corrupción tanto desde la sociedad civil como desde la política. La crisis ha desatado la ambición de los corruptos hasta cruzar el límite de lo inhumano. Esa situación también ha despertado lo mejor de muchos ciudadanos que han decidido comprometerse con su país para vigilar a los gobiernos y entrar a la arena política, escoba en mano. Esas decisiones, quizá no se habrían dado sin la erupción de podredumbre que ha puesto en evidencia la crisis. 

Así mismo, quienes han perdido su empleo o su empresa, empezarán a buscar otras formas de generar ingresos. Como dice el experto en desarrollo del talento, Sir Ken Robinson, muchas veces, la seguridad de un empleo fijo, impide a las personas descubrir sus talentos naturales y sacarles partido. Incluso pueden ser muy infelices en su vida laboral con tal de mantener esa insegura seguridad de tener un empleo al que llamamos fijo, pero que no es inamovible. ¿Cuántas ideas y emprendimientos nacerán ahora, como una semilla terca, que más adelante serán grandes oportunidades para todo un país, una comunidad, una región? Aún no lo sabemos, pero me juego el cuello a que nos sorprenderemos al ver los frutos de la iniciativa, la creatividad y el esfuerzo de mucha gente dentro de unos años. 

La prosperidad de las grandes potencias de hoy, forjó a partir de la insatisfacción, del hartazgo de ser pobres segundones, meros proveedores dependientes de los grandes de otras épocas y emprendieron un cambio que les permitió dejar de estar subordinados a los intereses de otros. El Dr. Marcelo Gullo, académico argentino especialista en Relaciones Internacionales, habla de estos procesos de desarrollo cualitativo de los países como procesos de “insubordinación fundante”. 

Dicho de manera muy sencilla, los cambios que han llevado a países como Alemania, Japón o Estados Unidos a ser potencias mundiales, empezaron con un reconocimiento de dos cosas fundamentales. La primera, que no estaban condenados a ser pobres, que ese estado se debía a que estaban eligiendo estar subordinados, a ser dependientes de otras naciones ricas para los que estos países se limitaban a ser proveedores permanentes de otros, en condiciones poco favorables. 

La segunda, un examen realista de las potencialidades del país, el mercado internacional y una decisión firme de explotarlas para dejar de ser subordinados. Iniciaron, con determinación, el proceso que les permitiera insubordinarse de manera sostenible e iniciar el ascenso, duro, pero consistente, hacia su desarrollo. Esa insubordinación nada tiene que ver con la violencia o la revolución tal como la entiende el marxismo trasnochado. Fue un proceso de buscar y encontrar los talentos y recursos más destacados de un país, los que les darían una ventaja frente a los demás y les permitiría sacar el mejor partido a lo que tenían. Fueron procesos inteligentes, estratégicos, arduos, con caídas y errores, pero que han terminado en un caso de éxito. Quizá es el momento para que Ecuador se mire al espejo, con la frente bien alta, y empiece a darse cuenta de todo lo bueno que tiene potencialmente para crecer. 

Los ecuatorianos debemos dejar de lloriquear y adoptar el papel de víctima, dejar de pensar en lo que el mundo, el gobierno, el jefe, el padre, el hijo, la mujer le debe a uno. Al contrario, hay que empezar a pensar cómo vamos a colaborar, con trabajo ilusionado, aunque nos cueste el esfuerzo de una vida, para iniciar esa «insubordinación fundante» que nos libre de la pobreza, del subdesarrollo y de la mentalidad agorera que nos susurra al oído –como un demonio–: “eres pobre, eres un segundón, no vales nada y así seguirás por el resto de tu miserable existencia.”

Tenemos una riqueza humana y natural que muchos países envidian. Tenemos una crisis que nos ha tambaleado y está a punto de derrumbar lo que se ha construido durante años, como hacen los terremotos – nuestros constantes compañeros– y tendremos sí o sí, el reto de reinventarnos. Tenemos gente capaz, trabajadora, tenemos recursos, aunque falte dinero. Necesitamos analizarlo, reconocerlo y avanzar hacia ese horizonte de insubordinación de la buena. ¿Tendremos la osadía de retarnos a nosotros mismos y dejar a un lado la queja estéril?

Si logramos que la crisis nos ayude a cambiar la mentalidad de víctimas por la mentalidad de ganadores (sabiendo y queriendo pasar por el sacrificio que conlleva llegar a ser el mejor en algo). Si conseguimos pasar de la mentalidad derrotada por la corrupción y la mediocridad, a la mentalidad luchadora de quienes se saben inmensamente capaces de destacar. Si nos empeñamos en erradicar este mal estructural, la corrupción, que no sólo ha estancado nuestro crecimiento, sino que, además, nos ha quitado la autoestima y la esperanza – en buena medida– como nación. Si creemos que es posible, la siguiente generación recordará la pandemia como la crisis que causó nuestra superación. De nosotros depende, de lo que haga cada uno y de la responsabilidad que asuma a la hora de elegir un gobierno decente en 2021.  

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