Corina Dávalos (PhD. Filosofía. Coach de Liderazgo y Discurso Público)
Es llamativa la repetida insistencia con la que, tanto los gobiernos, los medios y los ciudadanos hablan de la “nueva normalidad” sin ser conscientes de todo lo que implica. Por eso escribo este artículo. Para rebelarme, e invitarles a rebelarse, en contra de esa poderosa arma que es el lenguaje para someter a pueblos enteros, metiendo en su mente un, aparentemente inocuo, caballo de Troya.
Si algo caracteriza lo que estamos viviendo es la extrañeza. Es raro que gran parte del mundo está confinado en sus casas, es inusual que nuestros derechos fundamentales queden en suspenso durante un largo periodo de tiempo, es extraordinario que el mundo se haya paralizado a causa de un virus, es inconcebible la opacidad con que los Estados manejan cifras de contagios y fallecimientos. Entonces, ¿por qué lo llamamos normal? Podemos justificarlo diciendo que se puede llamar normal a lo que lo que se ajusta una norma, una ley. Pero, no debemos olvidar, que es una norma excepcional y temporal. Por tanto, el sustantivo “normalidad” es absolutamente inadecuado para describir la realidad que vivimos, por ahora.
Luego tenemos el adjetivo “nueva”. Lo nuevo es algo que, según el contexto en el que se la utilice, significa el inicio de algo. Si lo juntamos con normalidad, tenemos que esta situación infrecuente e insólita es el inicio de algo que tomará posesión de nuestra cotidianeidad, sin que nadie lo perciba como algo inaceptable. Si vamos a otra acepción de nuevo, alude a algo que “se experimenta o percibe por primera vez”. En ese sentido, tampoco es una palabra que se ajuste del todo a las circunstancias que estamos viviendo.
Hemos vivido epidemias de origen viral que han puesto en jaque al mundo y a la comunidad científica: el sida, la influenza, la gripe aviar, el ébola. Lo nuevo es la extensión mundial del coronavirus, su sospechoso origen y el modo de hacer frente a la enfermedad por la rapidez del contagio y el problema que supone para los sistemas sanitarios atender en poco tiempo a un número inabarcable de enfermos que requieren cuidados hospitalarios. Pero, nuevamente, el adjetivo nuevo no se utiliza con esta acepción.
Juntamos los dos conceptos y, en nuestra mente, significan el inicio de algo a lo que –aún siendo una anomalía temporal– le hemos dado visa de residencia permanente en nuestras vidas, es nuestra “nueva normalidad”, algo con lo que debemos aprender a vivir, un estilo de vida que ha llegado para quedarse. Todo mentira, falso, apariencia que quiere convertirse en realidad.
El mundo ha pasado dos guerras mundiales, dos graves caídas del sistema financiero en 1929 y 2008. Ecuador vivió su particular desastre en 1999. Vivimos también la epidemia del cólera en los 80 y la superamos. Si algo ha demostrado la Historia es que, sea cual sea la adversidad que el ser humano deba enfrentar, siempre consigue seguir adelante. Incluso, gracias a esos momentos críticos, encuentra oportunidades de mejora como sociedad. Por ejemplo, tras la II Guerra Mundial, se establecieron normas para la guerra, nació un tribunal internacional y la figura de crímenes contra la humanidad, así como la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Todo fue parte del aprendizaje que dejó el horror de la guerra.
El lingüista George Lakoff, ha estudiado la eficacia del lenguaje para instalar en las personas, de manera inconsciente, estructuras mentales que moldean nuestra visión del mundo. A estas estructuras las llama marcos mentales. La “nueva normalidad” establece un marco mental. El marco conceptual cumple la misma función en nuestro entendimiento que los marcos de una ventana para delimitar lo que podemos o no ver del paisaje: sólo nos deja ver lo que aparece dentro de ese contorno y vemos la realidad que nos muestra, desde una perspectiva y composición específica, y no otra. Limita y direcciona el modo en que comprendemos la realidad sin que nos demos cuenta, porque activa un mecanismo de interpretación inconsciente. Definir un marco mental a través del discurso, permite que gobiernos y medios modifiquen nuestra manera de acercarnos a mirar y entender una realidad a través de un marco de significado, con frases que podrían parecer inocentes y no lo son en absoluto. Un cambio de marco, dice Lakoff es un cambio social.
La expresión “nueva normalidad” está formateando, sin que nos demos cuenta, nuestra percepción de lo que se puede aprobar como tolerable en el largo plazo. En este punto de la crisis, los Estados han extendido su poder hasta límites inimaginables, justificando este control de la población a través de las nuevas tecnologías con la excusa de la protección de la salud. Cuando se encuentre una vacuna y la pandemia quede atrás, el control seguirá. Esa es la nueva normalidad que estamos aceptando sin oponer la más mínima resistencia. ¡Hay incluso quien lo agradece!
Como nunca, se ha establecido una dependencia casi absoluta del Estado para salir de la crisis. Individuos, corporaciones, empresas, sistema financiero, familias. Todos hemos abierto la puerta a una estatalización masiva, sin revoluciones, sin resistencia, sin conciencia del atropello. Yo llamo aquí a ciudadanos y medios a unirse a la resistencia al marco. Dejemos de usar la desdichada frase y usemos otra que sí se adecua a la realidad actual y que nos protegerá, más de lo que muchos pueden imaginar, de entrar en un totalitarismo sibilino. No hay tal nueva normalidad, es un cuento chino, nunca mejor dicho. Usemos, por ejemplo, la frase rutina temporal.
Las rutinas cambian con cierta facilidad, dependiendo de las circunstancias, no tienen la fuerza de la costumbre. Mientras dure la pandemia, incorporaremos rutinas inusuales: distanciamiento físico, uso de mascarillas, hábitos de higiene diferentes, teletrabajo, mayor dependencia de las tecnologías digitales, la posibilidad de volver al aislamiento social para evitar el colapso sanitario en el caso de un repunte de contagios, etc. Y cuando termine la pandemia, pasaremos a otra rutina que se adecúe nuevamente al cambio de las circunstancias.
Temporal marca lo contrario a lo permanente o lo “normal”. Nos recuerda, una y otra vez, que esto no es para siempre, que habrá cambios, sin duda, posiblemente para bien; siempre que no dejemos de vigilar, defender y exigir el respeto que merecen nuestros derechos fundamentales, especialmente a la libertad y la privacidad. La pandemia es temporal, las rutinas son temporales, la depresión económica será temporal, todo aquello que estamos viviendo ha tenido un principio y tendrá un final.
Gran parte del agobio, la ansiedad y la frustración que ha traído la pandemia, es la percepción de que lo que estamos viviendo se extenderá indefinidamente, que nada de lo bueno que teníamos volverá a estar presente, nunca. Y con esa perspectiva no hay quien viva en paz. También por eso es importante –recordar y recordarnos– que se trata de una rutina temporal y nada más, ¡rutina temporal!, ¡rutina temporal!, ¡rutina temporal! Hay que repetirlo como si nos fuese la vida en ello, porque así es.
Tenemos un arma poderosísima en nuestro lenguaje, ¡usémosla! No necesitamos usar la violencia para ejercer una firme y combativa, rebelde resistencia. Basta con mantener la libertad interior, la libertad de pensamiento, la conciencia y la determinación de no permitir que nos manipulen. El futuro lo decidiremos nosotros. Nadie nos impondrá normalidades monstruosas, ni novedades abominables. Viviremos una rutina temporal extraña mientras encontremos una vacuna. Después vendrá lo que construyamos desde nuestros aprendizajes y la libertad que nadie puede arrebatarnos. Pero hay que defenderla. Es más peligrosa la amenaza de la esclavitud que la del propio coronavirus.
Necesitamos apelar a la creatividad, al optimismo que se fundamenta en la naturaleza humana y en el poder de la libertad para hacer un mundo mejor. Ser libre, vivir libre, pensar en libertad, es la base y la fuerza que empujará la economía que también se ha contagiado del virus y el pesimismo. Digamos lo que no quieren que digamos, pensemos fuera del marco. No somos ni la primera ni la última generación que pone límites al poder que pretende ser absoluto. Como decía Eugène Ionesco, “Pensar contra la corriente del tiempo es heroico; decirlo, una locura.” Seamos locos en este sentido, vamos a decir, decir, decir, con un pequeño cambio en el lenguaje, con una frase, que no nos sometemos, que estamos locos, sí, locos por la libertad.