LA RUTINA VS. LAS RUTINAS


Corina Dávalos. (PhD Filosofía. Coach de Liderazgo y Discurso Público.)

Quizá por mi tendencia a rebelarme ante cualquier síntoma de rigidez, no milito en las filas de los amantes de la rutina. Pero, y ahí viene en mi ayuda otra tendencia, la del amor por las filigranas de la semántica; una cosa es la rutina, con su connotación soporífera, sus daños colaterales cuando se convierte en obsesión, su inmovilismo endémico, su parte antinómica contrapuesta a la creatividad; y otra, ese plural salvífico: rutinas. 

A “la rutina” la describió Erich Fromm, en El Arte de Amar, de esta manera: “desde el nacimiento hasta la muerte, de lunes a lunes, de la mañana a la noche, todas las actividades están rutinizadas y prefabricadas.” Como fan incondicional de la libertad creativa, detecto la contradicción que existe entre lo prefabricado y lo vital, y, de entrada, me pongo a la defensiva. La rutina sería, en ese caso, el enemigo de la libertad arriesgada. Lo rutinario es lo seguro, lo probado, lo eficaz, lo cómodo, lo bueno conocido, lo inasequible al cambio.  

Las rutinas nos salvan del caos, del desorden y de la pereza. A mí, también por tendencia personal, me importa especialmente esta última.  La ventaja de “la rutina” vs. “las rutinas”, es algo análogo a lo que nos insistía, vehementemente, el gran historiador, Gonzalo Redondo, cuando nos explicaba la diferencia entre la libertad de conciencia y la libertad de las conciencias. (Otro caso de plural salvífico).  

Me explico. Las rutinas nos permiten elegir el tipo de orden conveniente, como diría Ortega, al yo y sus circunstancias. “La rutina” impone sus lánguidos y repetitivos estándares. Se cuela subrepticiamente en la cotidianidad y la pinta de gris monotonía. Aliada incondicional del tedio, esparce brochazos de aburrimiento, insatisfacción y tristeza. 

La rutina azuza la imaginación para apartarla de la realidad coloreada, esa que se presenta a diario para los ojos que no han perdido afinidad con el corazón. Engaña con paraísos lejanos, amores apasionados, heroicidades egolátricas, cuentas corrientes de ocho cifras y sus apetecibles consecuencias adquisitivas. Propone huidas inútiles que hacen más intolerable aún la vida. La grisácea vida rutinaria, encorsetada en fijaciones obsesivas, celosas, inalterables.  

Las rutinas, en cambio, son favorables a las alianzas temporales. Mientras sean útiles nos acompañan, fieles e independientes, como un compañero que se encuentra en un punto del camino y nos conforta con su compañía durante un trayecto del viaje. Unas permanecen durante más tiempo que otras, pero solo mientras nos resulte benéficas e incluso, placenteras 

Comenzar a construir rutinas sanas suele ser esforzado. Conseguirlo resulta agradable y satisfactorio. Las rutinas tienen un ingrediente que, a nuestra natural tendencia a la comodidad y el desorden, le supone un desafío, esto es: la disciplina. Las rutinas presuponen disciplina, esfuerzo, constancia, es decir, una escaramuza permanente contra los defectos contrarios a esas virtudes. La ventaja es que, una vez que conseguimos estabilizarlas, nos premian con el placer que experimentamos al realizarlas y el placer de sabernos vencedores en una de las tantas batallas que libramos durante toda la vida contra nuestros defectos. Un dos por uno que es una ganga. 

La estabilidad de las rutinas no está reñida con la flexibilidad. En lugar de atraparnos en una dinámica que nos ahoga, nos libera de una guerra de guerrillas en distintos frentes. Nos sirven en los dos sentidos que podemos darle a esta palabra, nos son útiles y están a nuestra disposición para aligerarnos el peso del trabajo cotidiano que supone el vivir. Nos exime de tener que decidir en cada momento cómo resolver una necesidad y nos deja libres para destinar ese esfuerzo a otros ámbitos más importantes que requieren de nuestra atención. 

Las rutinas dan forma y sentido a lo que se repite. Las actividades que llevamos a cabo todos los días o, al menos con cierta frecuencia, son susceptibles de ser abrazadas y delineadas por las rutinas. Y, a su vez, las rutinas que elegimos son el fruto de nuestra libertad creativa: podemos elegir el modo de llevarlas a cabo adecuándolas a nuestras necesidades, gustos y fines. Somos los autores de nuestras rutinas, no sus esclavos.

 ¡Autores! Esta palabra, preñada de significados, requiere ser alumbrada para no perder de vista toda su riqueza de sentido.  Lo más evidente es que, si hay un autor, debe haber una obra. Así como el autor dedica tiempo a escribir, como autores de nuestras rutinas, debemos dedicar un tiempo a crearlas conscientemente y poner un ingrediente indispensable si queremos que el resultado sea estupendo: amor. La rutina que esclaviza nos atrapa en su trama, transformándonos en personajes cautivos de un narrador intransigente y anónimo. Las rutinas, en cambio, son fruto de nuestra libertad creadora. Cada uno, tras un examen reposado de las propias necesidades, gustos, circunstancias y fines, puede crear las rutinas que le son personalmente útiles y beneficiosas. Pongamos un ejemplo. 

El médico nos recomienda hacer deporte para evitar la acumulación de estrés. Revisamos nuestro horario del día entresemana y es incompatible con el deporte. No podemos salir a un gimnasio, correr con la mascarilla es incómodo y, sobre todo, el tiempo libre que nos queda, tenemos que dedicarlo a hacer tareas domésticas y pasar tiempo con los niños. Por otra parte, como lo hemos analizado con calma, hemos visto que nos gusta bailar. No hay fiestas, ni las habrá en un tiempo. ¿No podríamos destinar media hora del tiempo libre a bailar con los niños? Probablemente sí. Podríamos poner un video de YouTube o inventar una coreografía conjunta con lo suene en la radio.  No tenemos 2 horas disponibles para nuestro momento de deporte ideal, pero sí tenemos media hora para pasarlo bien con los niños bailando juntos. Dos pájaros de un tiro. 

Si nos paramos a considerar la necesidad, la posibilidad, el gusto y el fin, podemos llegar a muchas posibles alternativas que nos solucionen un problema, mientras las circunstancias lo pidan. Si no nos paramos a examinarlo, probablemente nos quedaremos con que el trabajo y la casa no son compatibles con el ejercicio. Acumularemos por dentro cierto rencorcillo contra lo que nos impide conseguir el fin al que apuntamos y nos quedaremos, igual que al principio, pero con un poco más de amargura en el alma. El trabajo y la vida doméstica se volverán más pesados porque los veremos como parte de “la rutina” de la que no podemos escapar. Bastaría pararse y analizar cómo podemos hacer compatible lo que inicialmente nos parece irreconciliable y daríamos con una solución posible. 

La libertad, es tan potente, que nos permite transformar en ganancia incluso aquello que nos parece que sólo nos causa pérdidas. Sólo hace falta introducir una elección consciente y algo de creatividad para lograrlo, un poco de imaginación para contrarrestar la marea de la rutina en singular que nos arrastra hacia la corriente del hartazgo. Como dijo el escritor, George Bernard Shaw, “La imaginación es el principio de la creación. Imaginas lo que deseas, persigues lo que imaginas y finalmente, creas lo que persigues.” Autores, creadores, imaginadores. En resumen, libres y capaces de hacer de la propia vida una obra de arte. No hace falta una hermosa pieza de mármol: la arcilla también encierra una hermosa escultura, si está en manos de quien quiera convertirla en belleza. 

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