La guerra por la libertad en las redes sociales


¿Usas Twitter o Facebook? ¿Usas Google, tienes una cuenta en Gmail?  ¿Whatsapp es tu principal medio de comunicación con tus conocidos? Pues, quizá, quieras plantearte dejar de usarlas. ¿Por qué? Aquí voy a darte dos motivos muy importantes. El primero: todos tus datos, tus conversaciones, tus ideas, tus preferencias, tu perfil psicológico, tu red de contactos, entre otros, pueden estar siendo utilizados con fines oscuros y peligrosos. Si no has visto la película Brexit, o el documental The Social Dilema, te recomiendo que los veas cuanto antes. Podrás hacerte una idea de, hasta qué punto, la información privada que las Big Tech han llegado a acumular, puede ser usada en contra de sus usuarios, para manipular su modo de pensar y de actuar, sin que ellos lo noten siquiera. Hablamos de miles de millones de personas, y, entre esos miles de millones de personas estamos, seguramente, tú y yo.

El segundo motivo es que, quienes somos usuarios habituales de esas plataformas pagamos un altísimo precio por el hecho de que nos ofrezcan sus servicios gratis. Pagamos con la limitación, cada vez más burda y notoria, de nuestro derecho a la libertad de pensamiento y expresión. Eso sí, no todos pagamos igual. Quienes molestan a los poderes fácticos, a ciertas líneas de pensamiento o ideologías, son penalizados sin misericordia, bajo el pretexto de que no cumplen las normas de uso de las plataformas.

Lo cierto es que es un pretexto, porque esas normas se aplican a algunos, no a todos. Es decir, hay una clara censura que selecciona a quienes callar y a quienes ponerles un altavoz. Si se infringen o no las reglas de uso, no importa. Lo único que parece contar es que las ideas, argumentos, opiniones o creencias que se difundan a través de las cuentas, estén alineados con el pensamiento hegemónico que se propicia en estas redes o que, por lo menos, no lo amenace a través de la capacidad de influencia que, las propias redes, han otorgado a sus usuarios. Pensar como ellos han decidido que se debe pensar, se vuelve un salvoconducto para hacer lo que sea, también romper las reglas. Se puede insultar, incitar al odio, difundir contenidos sensibles, promocionar la violencia de muchas maneras y los censores miran para otro lado.

En la última semana ha habido casos que han hecho saltar las alarmas y también la indignación de muchos. El veto a Trump ha sido el principal. Ayer en España, la clausura de la cuenta de un sacerdote español, el P. Juan Manuel Góngora, por un tuit que no supone ninguna amenaza y que apenas se entiende por el lenguaje barroco y enrevesado que usa, con ironía. En este caso, no sólo perdió su cuenta de Twitter con más de 25 mil seguidores, sino que, al ser entrevistado en el programa Estado de Alarma por este tema, YouTube censuró la entrevista y borró el video. Como consecuencia, #PaterCensurado fue TT ayer en España. Pero, estos casos no son los únicos. Miles de cuentas han sido censuradas, con o sin motivo.

Ante esta situación, los usuarios vetados buscaron otro espacio y se fueron masivamente a la competencia. Los favoritos han sido Parler y Gab. Y entonces… ¡Oh, sorpresa! Las aplicaciones de Parler fueron retiradas de las tiendas de apps para Android y Apple. A Gab también los sacaron del escenario. Incluso, le quitaron los servidores y el servicio de correo electrónico que utilizaba para prestar sus servicios y contactar con los usuarios. Otras opciones que buscan los amantes de la libertad, para escapar de la censura o el mal uso de datos privados son Signal y Telegram, como alternativa a Whatsapp. Muchos empiezan a realizar sus búsquedas a través de DuckDuckGo o cuelgan sus videos en Rumble, huyendo de Youtube.

Así que, el vaso se ha derramado por un diluvio de acciones agresivas y arbitrarias que violentan nuestros derechos fundamentales. Y el motivo, paradójicamente, es que los Big Tech velan por que los usuarios no inciten a la violencia. Tanto velan que están dispuestos a cerrarnos las cuentas, eliminar posts, videos, tuits. ¿Eso no cuenta como violencia pura y dura? Tanto Gab como Parler están solucionando los problemas que les ha causado que muchos los prefieran. Se preparan para que los que han sido desterrados –voluntaria o involuntariamente– de otras redes, puedan entrar en la tierra prometida donde, al parecer, podremos volver a ejercer nuestra libertad de expresión sin miedo a la reprensión del Big Tech, Big Brother, o como quieran llamarlo.

Si la migración a otras plataformas es masiva, ¡ups!, podríamos ver cómo los gigantes tecnológicos se caen. Los anunciantes estarán donde estén sus potenciales clientes, así de simple. La bolsa castigará las acciones que pierden valor y premiará a las que se vuelvan más atractivas. Todo depende de nosotros, los usuarios. La pregunta que queda en el aire es: ¿cuántos elegirán la libertad y cuántos preferirán seguir en la zona de confort y adaptarse a la censura? También habrá quien quiera estar en ambas. Tú y yo decidimos. Y, con el tiempo, sabremos si, esos millones de decisiones individuales, hicieron una diferencia en el mundo. La diferencia entre la libertad y la esclavitud.

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