FEMINISMO RADICAL: LA VERSIÓN ZOMBIE DE LA MUJER


Corina Dávalos (PhD) / @acdavalost

El gran problema de las ideologías, como sistemas de pensamiento cerrado, es su inevitable vocación al totalitarismo. El feminismo radical, por ejemplo, tiene ese sesgo impositivo que hace casi imposible el diálogo. En días anteriores he visto, con tristeza y preocupación, ese tinte antidemocrático en las reacciones de muchas activistas que, ante una decisión que no es de su agrado, incitan a la violencia como respuesta. Consignas en sus cuentas de Twitter como las siguientes: “Si no hay aborto legal, les cerramos la calle y les quemamos la catedral”. O, “¡Quemémoslo todo!”. Así han reaccionado algunas ante el veto total del COS.

Quienes llaman a usar la violencia, se desacreditan a sí mismas como interlocutoras válidas en una sociedad democrática, acercándose –peligrosamente– al límite entre activismo social y terrorismo. Afortunadamente, estos exabruptos llenos de ira, no han tenido acogida y espero que no la tengan nunca. La imposición violenta no es una opción. Y hablo aquí de cualquier tipo de violencia que vulnere la dignidad humana. No es digno que se acalle, que se insulte, que se amenace a cualquier persona, sólo porque difiere del modo de pensar de un grupúsculo radical. La búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres, en cuanto al trato que ambos merecen por el hecho de ser personas, independientemente de su sexo, es una causa justa. Poco a poco, las sociedades occidentales, han ido reconociendo y aceptando el error que supone tratar a la mujer como ciudadano de segunda clase. Es un proceso social que irá madurando y asentándose con el tiempo. Y esto sucederá en la medida en que la sociedad deje brillar a la mujer por sus propios méritos y que la mujer se ocupe de realzar las características propias de la femineidad, en lugar de distorsionarlas.

Las políticas de discriminación positiva, de paridad en las instituciones –que se imponen como obligatorias– no colaboran, al contrario, empequeñecen la riqueza que las mujeres pueden aportar en la inmensa gama de espacios de la Sociedad Civil o el servicio público. Las mujeres podemos, sobradamente, ganar esos espacios en igualdad de condiciones. No necesitamos que se nos otorgue lo que, por derecho, nos pertenece. No queremos concesiones, sino reconocimiento. Dicho de otra manera, basta con que miren –sin sesgos ni prejuicios– lo evidente: somos capaces de destacar, incluso con las cortapisas culturales que, históricamente, han tenido vigencia. La discriminación de la mujer, va cayendo por su propio peso.

Las diferencias complementarias de hombres y mujeres enriquecen todos los ámbitos de la sociedad. En la familia, la complementariedad sexual, da origen a la vida y al cuidado integral de cada uno de sus miembros. Las empresas, la academia, la política, el arte, todo tipo de labores que están abiertas a la participación femenina se enriquecen con la presencia de la mujer. Todo está permeado de esta unión de miradas y perspectivas que –pueden y deben– sacar adelante el mundo.Hoy muchísimas mujeres estamos usando el hashtag #NoHablenPorTodas. En este camino legítimo hacia la igualdad de oportunidades, no queremos que se sustituya el agobiante peso del machismo por otro peor: las ideas cerradas y contrarias a la dignidad de la mujer que propugna el feminismo radical. Pedimos que respeten a las mujeres que no nos identificamos, ni con sus postulados, ni con los medios que utilizan para sus fines, tantas veces violentos y denigrantes. No son dueñas del concepto mujer, como parecen creer estas minorías beligerantes y exacerbadas. ¡Déjennos ser! Cada mujer es única, irrepetible, insustituible, por el hecho de ser persona, al igual que los hombres. Sólo queremos que esa originalidad radical que es cada uno, pueda manifestarse con menos obstáculos y prejuicios.

No queremos ni necesitamos que estos pequeños grupos, que parecen representar mejor el histerismo que el feminismo, hablen en nombre de las mujeres en general. No queremos que se intente, en nombre de la mujer, imponer ideologías de corte marxista y totalitario, un modelo de pensamiento único. Estos extremismos hacen daño al progreso real de la mujer, la caricaturizan y la reducen a unos cuantos eslóganes simplistas. Somos libres de elegir el modo de vida que queramos, siempre que no denigremos nuestra dignidad, la dignidad humana que compartimos todos, hombres y mujeres por igual. Y esto será una realidad, antes y mejor, como dice la canción, –si nos dejan–. Si nos dejan poner a un lado, tanto el machismo como el feminismo desquiciado. Ellas reclaman el derecho sobre el propio cuerpo, nosotros reivindicamos el derecho de que podamos hacer brillar nuestra propia esencia, que, entre otras cosas, rechaza el regresionismo, la vuelta a la barbarie, la deshumanización que supone tratar de solucionar los problemas con violencia. Con la violencia en las calles, con la violencia del aborto, con la violencia contra quienes piensan diferente, con la violencia de la prostitución y el trato a la mujer como objeto, con la violencia que se hace a la belleza inherente de la maternidad.

Y termino con una frase de la gran poeta Emily Dickinson, “ignoramos nuestra verdadera estatura hasta que nos ponemos en pie”. Pues, desde aquí pido, con respeto a estas minorías, que nos hagan a las mujeres el inmenso favor de dejar que nos pongamos en pie. Que nos dejen caminar, más erguidas que nunca, con elegancia y dignidad, en lugar de imponernos la rebaja. No actuaremos por debajo de la altura que nos corresponde. No nos pidan que nos comportemos como si lo nuestro fuese andar a cuatro patas.

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