Eutanasia, libertad y dignidad


En estos días hemos escuchado, y probablemente usado, muchas veces las palabras libertad o dignidad. Y me atrevo a asegurar que casi nadie sabe en realidad lo que significan. Son palabras serias, profundas, de largo recorrido histórico y filosófico. Se han usado para justificar grandes conquistas de la historia de la humanidad  y también las más vergonzosas bajezas de esa misma historia. Por ejemplo, en la Alemania nazi, la dignidad era ante todo una propiedad exclusiva de la raza aria. Por esa misma razón se les negaba la categoría de “digno” a judíos, gitanos, homosexuales, discapacitados o enfermos. En nombre de la libertad, durante la Revolución Francesa, el Terror, asesinó a más de 50.000 hombres y mujeres, en su mayoría plebeyos: «liberté, égalité, fraternité«.

Si algo nos ha enseñado la Historia, es que no podemos blandir estas palabras como una espada en manos de un loco. Ha costado mucho llegar a descubrir la dignidad inherente de cada ser humano y reconocerla. Ha costado mucho comprender que la libertad no es absoluta, sino que está condicionada por el bien y el mal. Sin esa distinción, el Derecho y el Estado de Derecho serían imposibles, se caerían por no tener una tierra firme sobre la que cimentarse. 

Goethe, a pesar de ser un romántico, entendió que no hay libertad sin verdad: Nadie está más esclavizado que aquellos que falsamente creen que son libres.” La libertad puede ser verdadera o falsa, dependiendo de lo que elige y el motivo por el que lo elige. Vivimos en un tiempo en que la libertad está atada a las emociones. Se rige por el miedo, por el odio, por la simpatía, por la compasión. Todo arenas movedizas. Las emociones son, por su propia naturaleza, pasajeras, efímeras y subjetivas. No pueden sostener el peso de la libertad, la dignidad y la justicia. 

La libertad, condicionada por las emociones, difícilmente elegirá bien. Vivimos en una sociedad tan coartada por el miedo y el placer, que prefiere la muerte al dolor, o a una vida que no cumpla con las expectativas ideales que imaginamos que merecemos. Nos horroriza tener una condición humana frágil y vulnerable. Así que, tratamos de huir de ella, algo que no es posible, porque forma parte de nuestra naturaleza. Nos hemos convertido en la sociedad de la huida. Huimos del trabajo esforzado para conseguir un buen estatus con la trampa de la corrupción, huimos de las tristezas de la vida con las drogas, huimos del compromiso y la solidaridad enarbolando las banderas de la autonomía individual. Huimos. 

Esta gran escapada de nosotros mismos –que tanto facilitan las prisas y el estar siempre pegados a un aparato que nos suministra distracciones de todo tipo– termina por diluir la experiencia de la libertad y la dignidad, hasta el punto de hacernos incapaces de reconocerlas en nuestra propia experiencia y en los demás. Terminamos pensando que la libertad es exclusivamente elegir opciones o que la dignidad es una “existencia decorosa”, como la ha definido la sentencia de la Corte Constitucional en el caso de Paola Roldán. No sabemos qué es la libertad y la dignidad porque no las conocemos; y no las conocemos porque no las experimentamos. 

Como dice Viktor Frankl en su famosa obra, El hombre en busca de sentido, “el ser humano puede conservar un vestigio de la libertad espiritual, de independencia mental, incluso en las terribles circunstancias de tensión psíquica y física.” Lo escribía refiriéndose a su experiencia en los campos de concentración por los que pasó (cuatro en total). Y es precisamente en esas circunstancias, cuando la dignidad y la libertad pueden brillar especialmente o desaparecer, depende de nosotros.

Cuando a pesar de las circunstancias seguimos siendo leales a la grandeza que es cada uno y no claudicamos a la situación, reduciéndonos a lo que nos pasa, aparece la dignidad. Cuando elegimos superar la circunstancia y no nos despersonalizamos, no nos deshumanizamos, aparece esa libertad profunda y poderosa. Cuando ya no podemos hacer nada por cambiar lo que nos pasa, podemos superarlo aceptando que, aunque lo que nos suceda no sea bueno, cada uno de nosotros puede serlo, haciendo que esa libertad interior y esa dignidad brillen con más intensidad entre la penumbra del dolor, la injusticia o la violencia. Esa es nuestra grandeza, eso es dignidad

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