Ser jefe de uno mismo, requiere de un especial tipo de autodominio. Aunque parezca sorprendente, el jefe más tiránico puede ser la conciencia desvirtuada, por desvirtuosa. Ser autónomo y ser autócrata no es igual. Es difícil encontrar la línea que separa la virtud del defecto, casi siempre, pero –especialmente– cuando una sola persona hace el trabajo de muchos, por lo menos al principio.
La sobre exigencia, el perfeccionismo, la impaciencia por el éxito son enemigos astutos y se camuflan de muchas formas. A veces, toman forma de virtud: soy responsable, soy trabajador, soy tenaz. Cuando adoptan esta apariencia, se justifican, halagan al ego y el pequeño tirano que todos llevamos dentro. Engaña más fácilmente a la prudencia que trata de salir a flote, a pesar de las grandes olas con que tratan de ahogarla entre tres –las muy cobardes: la soberbia, el orgullo y la vanidad.
Otras veces, el camuflaje es justo el contrario. Te exiges poco, está mal hecho, qué desastre de resultados. Entonces el tirano toma fuerza y el hombre la pierde. Se vuelve víctima de sí mismo, haciendo esfuerzos titánicos por no desanimarse cada vez que se mira al espejo. El miedo, la inseguridad, la desconfianza campan a sus anchas como carroñeras sobrevolando el cielo, rozando en vuelo rasante. Son una amenaza permanente para bienintencionado malhechor.
Pocas veces se puede ver la naturaleza social del ser humano como en esta de ser emprendedor. La compañía (¿será por eso que se llama así también a la empresa?), la visión diferente que no ofrece otro, son los bálsamos del que empieza a andar por un camino que, suele empezar con una empinada cuesta. El jefe de sí mismo, tiene un gran riesgo de llegar al síndrome del burn out, porque él mismo se inocula, sin saberlo, el síndrome del burn in.
Cuidar al emprendedor, no sólo al emprendimiento
Ahora que emprender un negocio propio es una alternativa o la única opción al creciente desempleo, los gobiernos y diversas instituciones de la Sociedad Civil ofrecen incentivos y ayudas, económicas o formativas. Tratan así, de darle un poco de aire a las micro y macro economías, que apenas respiran por el Covid 19. Sin embargo, no siempre se tiene en cuenta este aspecto, tan fundamental: cuidar a la persona.
Hace unos días tuve la suerte de recibir la invitación de Cáritas para colaborar con un programa de formación para emprendedores. Está muy bien pensado para la situación actual, incluidas las habilidades digitales imprescindibles que exigen los tiempos. Y está muy bien querido porque, además de los conocimientos necesarios, hay un acompañamiento de Coaching para los futuros empresarios.
Este respetuoso cuidado por la persona, este asegurarse de que esté acompañada (porque el coach acompaña, no aconseja ni dirige) en este camino, que puede resultar atemorizante para muchos, me ha alegrado profundamente. No sólo porque como Coach invitada me han dado una oportunidad de servir y de ser útil para otros, sino por el cuidado en sí mismo.
Quizá otros programas e iniciativas también tienen esta visión humanista del emprendedor y la empresa, ojalá. Si no, es un buen referente que podría animar a otros a incorporar este aspecto en sus actividades formativas. Si cuidamos de la persona que se atreve a poner práctica esa “valentía creativa” –de la que hablaba el Papa Francisco en su Carta Apostólica Patris corde– estaremos cuidando todo lo que esa persona puede hacer por sí misma, su familia y la sociedad.
Para mí, este privilegio de acompañar, está encaminado precisamente lo que Francisco dice acerca de la valentía creativa, una expresión tan afortunada, bonita y significativa. “Cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener.” Sólo hay algo mejor que la valentía individual: la valentía compartida. El valiente emprendedor con compañía tiene más posibilidades de salir adelante. Cuando la tentación de bajar los brazos golpee con fuerza, tendrá a quien mirar y en quien apoyarse para seguir andando, cuesta arriba o cuesta abajo.